Muere el Papa Francisco este lunes a los 88 años, dejando un vacío inmenso en la Iglesia Católica y en la comunidad internacional. Su deceso se produjo horas después de una emotiva y simbólica aparición pública desde el balcón del Palacio Apostólico, donde ofreció su última bendición a miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro.

Visiblemente debilitado, pero con la serenidad que lo caracterizó hasta el final, el Papa Francisco pronunció unas palabras que hoy son leídas como su testamento espiritual:

“El verdadero ordo amoris que hay que promover es el que descubrimos meditando constantemente la parábola del Buen Samaritano… una fraternidad abierta a todos, sin exclusión”.

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Ese mensaje de amor incondicional y compasión resume el corazón de su pontificado.

Horas antes de su muerte, el Santo Padre sostuvo una reunión privada con el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance. El Vaticano describió el encuentro como “cordial” y subrayó la preocupación compartida por los conflictos internacionales y la situación de migrantes, refugiados y prisioneros.

El comunicado también resaltó el deseo de mantener una cooperación respetuosa entre la Iglesia y el Estado norteamericano, en medio de recientes tensiones por declaraciones polémicas de Vance contra la labor humanitaria de la Iglesia con migrantes.

La última jornada del Papa estuvo cargada de gestos que reflejan su legado: compromiso con los más vulnerables, firmeza ética, y una diplomacia guiada por el Evangelio.

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Su imagen despidiéndose del mundo, con la mano alzada pese al evidente deterioro físico, deja una huella imborrable. Francisco no solo fue líder espiritual, sino un faro moral que desafió al mundo a vivir con misericordia, justicia y apertura.