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Por amor cayó en las garras de las pandillas

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Una joven que se retiró de las pandillas contó cómo operan y qué función tenía dentro de la estructura criminal, Pandilla Barrio 18.

El traslado de unas 77 de mujeres integrantes de maras el pasado jueves a la Penitenciaría Femenina de Adaptación Social en Francisco Morazán, refleja que las féminas han tomado fuerza en las temidas Mara Salvatrucha y la 18.

El relato de una expandillera, entrevistada por una radio local, da muestra del patrón de muchas jóvenes hondureñas que son reclutadas por las pandillas y muchas de éstas llegan por la atracción hacia un pandillero.

La joven denominada “peseta”, (miembros que salen de la mara y están condenados a muerte), quien por su seguridad pidió no ser identificada, contó que ingresó a la pandilla 18 muy jovencita porque se enamoró de un pandillero y éste la inicio en las drogas, el alcohol y el sexo desenfrenado.

Imagen de reclusas trasladadas el pasado jueves.

 

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Comenzó a fumar marihuana, hacían el porro llamado ‘Pinty’, (marihuana mezclada con cocaína y piedra), consumo que la iba llevando a tocar fondo y a querer escapar, sin embargo, le iba resultar imposible.

“… vivimos en las peores situaciones en las que puede crecer un niño, en mi casa si había comida no había para ir a la escuela y así. Yo no sentía miedo, las cosas no eran como son ahora. Yo salí de las pandillas pero muchas de las que quedaron fracasaron”, relata, la joven a quien también le asesinaron a su padre cuando ésta era una pequeña.

“Estar en la pandilla ha sido lo peor que he vivido, los abusos, las capturas, el consumo de drogas, los robos, yo me miro ahora y no me cabe como yo hice todo eso”, expresa la joven, quien todavía teme ser reconocida y que la puedan asesinar.

Imagen de reclusas trasladadas el pasado jueves.

Esta joven cuenta que muchas veces entregó compañeros o compañeras para que los ejecutaran, incluso colaboró para que agarrarán jovencitas igual que ella para que las mataran o violaran.

«Es difícil vivir así, pesa», admite la joven, sin embargo, ahora por sus hijos, ha encontrado un nuevo sentido a la existencia.

Cuando recuerda las cosas que hizo piensa no merecer estar con vida y siente temor de que la vida le pase la factura más temprano que tarde, pero mirar a su familia la hace perder el temor.

Otra dificultad que encontró es no tener oportunidad de empleo, debido a los antecedentes marcados y muchas veces también le ha tocado salir huyendo por su pasado. Incluso a veces se ha visto tentada en regresar al pasado cuando no tiene de dónde echar mano cuando el hambre visita su casa.

Imagen de reclusas trasladadas el pasado jueves.

Al igual que esta joven, muchas de las mujeres involucradas en maras y pandillas, la maternidad juega un papel importante en su retiro de las mismas.

«Esa vida ya pasó y ya no hablamos de ella», expresó la expandillera.

Dice que sus hijos son su horizonte, uno de ellos que tiene 10 años sabe lo que ella fue porque se lo contó y le ha dicho lo duro de su vida para que la verdad lo haga un mejor humano, expresó.

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Mujeres son el 20% en las maras

Imagen de reclusas trasladadas el pasado jueves.

Según datos oficiales el 20 por ciento de los integrantes de maras y pandillas de Honduras son del sexo femenino.

El rol de las mujeres en estas estructuras criminales ha cambiado, muchas de estas mujeres iniciaron como las compañeras sentimentales de pandilleros pero con el tiempo se fueron involucrando de tal manera que ya forman parte esencial de las bandas criminales que atemorizan a la población.

El papel de una mujer dentro de una organización delictiva, incluye el transporte de armas, drogas y hasta el cobro del impuesto de guerra, así como labores domésticas que conlleva la elaboración de comida para alimentar al grupo.

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Estas mujeres tienen como obligación el cuidado de los compañeros enfermos o que resulten heridos tras un acto criminal, entre sus compromisos está el servir como objeto sexual de todos los miembros de la mara, siempre y cuando no estén en una relación con algún líder pandilleril.

Expertos señalan que en su mayoría las mujeres que integran estas maras, oscilan entre las edades de 18 y 30 años, quienes terminan entrando a las pandillas por traumas que han sufrido en el pasado, como violaciones, maltrato y desintegración familiar, aspecto que las lleva a hundirse a este mundo oscuro, que las sentencia muchas veces a la muerte.

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