El Papa Francisco, de joven, fue un ferviente aficionado al fútbol, con una especial devoción por el Club Atlético San Lorenzo de Almagro.

Desde su infancia en Buenos Aires, desarrolló un profundo amor por este deporte, al que consideraba una herramienta para fortalecer los lazos sociales y promover valores como la solidaridad y el compañerismo.

Aunque no se destacaba por su talento en la cancha, siempre valoró el fútbol como una escuela de vida. Lo que aprendió ahí trabajo en equipo, esfuerzo y superación lo aplicó incluso en su rol como líder espiritual.

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¿En que posición jugaba el Papa Francisco al fútbol?

Durante su juventud, solía jugar como portero, según sus propias palabras, esta posición le enseñó a «plantarse ante la realidad», a enfrentar lo que venía sin esquivarlo, y a asumir responsabilidades.

Para él, atajar no solo era parte del juego, era una metáfora de la vida. Pese a considerarse un «pata dura», su entusiasmo en cada partido era evidente.

Más allá del resultado, valoraba el espíritu de grupo y la capacidad de convivir con otros a través del juego.

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El legado futbolístico desde su juventud

Su pasión por el fútbol no terminó en su juventud. Ya como Papa, impulsó encuentros deportivos con mensajes de unidad y paz.

Promovió el fútbol como una herramienta para derribar barreras entre culturas, religiones y pueblos.

Aún hoy mantiene su cariño por San Lorenzo. Aunque dejó de ver televisión como parte de una promesa personal, siempre encuentra la manera de seguir los resultados de su equipo. Para él, el fútbol sigue siendo una expresión de comunidad, identidad y valores.

El Papa Francisco no solo guía a millones desde el Vaticano, también representa a aquellos que ven en el fútbol algo más que un juego: una pasión que forma carácter y enseña a vivir.

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