El fallecimiento del Papa Francisco ha dejado una profunda huella en los corazones de millones de fieles, y para Melissa Verónica Escoto, una hondureña que reside en Roma desde hace tres años y medio, el ambiente en la ciudad es simplemente indescriptible.

“Roma está en silencio total, no se escuchan carros ni ruido. Nunca la había visto así…”, relató con voz entrecortada en comunicación con un medio hondureño.

La capital italiana, convertida en un mar de rezos y lágrimas, despide al pontífice con interminables filas de personas que se acercan a rendirle tributo en la Basílica de San Pedro.

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Melissa, originaria de Tegucigalpa, logró ingresar tras una hora y media de espera. “El recorrido es corto, te dan solo tres minutos frente a su cuerpo y la fila no se detiene. Pero ese instante… fue eterno”, contó, aún conmocionada. «Estaba pálido, pero en paz… parecía dormidito«.

Aunque profesa la fe evangélica, Melissa confesó sentirse profundamente conectada con el mensaje de Francisco. “Aquí no importa la religión. Él era el Papa de todos. Tocó muchas vidas con su humildad y cercanía”.

Instalada en Roma por motivos médicos —su hija es atendida gratuitamente en el hospital pediátrico del Vaticano—, Escoto recuerda con gratitud cómo el Papa rompía barreras de creencias con su mensaje de amor. “Una vez le dijo a un niño que su padre ateo podía estar en el cielo. Eso me marcó”.

El lunes 21 de abril, día del fallecimiento del Papa, Roma amaneció en un inusual silencio. “No lo creíamos… La ciudad está de luto”, afirmó Melissa, quien guarda como enseñanza final la petición de Francisco: partir en paz y sin sufrimiento. Y así fue.

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