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Se diluye el poder absoluto de Donald Trump

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Su carácter fuerte y arrollador empieza a ceder a medida se da cuenta que manejar a los Estados Unidos no es tan fácil como dar órdenes en sus empresas.

 

Tras apenas dos meses, la presidencia de Donald Trump se ve peligrosamente a la deriva. Su declaratoria de guerra hacia temas como la inmigración y el programa de salud de Barack Obama pierde aliados a medida que los congresistas miden las consecuencias.

Aunque su plan de levantar el famoso muro fronterizo con México va en construcción, la confianza ciega que su administración le tenía parece desmoronarse poco a poco, lo cual le obliga a tomar en cuenta otras opiniones.

Trump está empezando a escuchar y a dejar de ver a los inmigrantes como los enemigos de los Estados Unidos. Está empezando a comprender que esos ilegales han sido fundamentales para que “América” sea tan grande como ahora lo es.

Su primera gran iniciativa legislativa se derrumbó ayer viernes cuando los representantes republicanos abandonaron una propuesta de reforma sanitaria respaldada por la Casa Blanca, resistiéndose a días de presión y persuasión del propio presidente. Asesores que habían proclamado con confianza que Trump cerraría el acuerdo se quedaron lamentando los límites del poder del presidente.

El colapso de la reforma sanitaria ya sería de por sí un demoledor rechazo a un nuevo presidente por parte de su propio partido. Y para Trump, la derrota asesta un golpe especialmente fuerte. El presidente que prometió «muchísimas victorias» en su campaña se ha topado por ahora por una sucesión de precisamente lo contrario.

Con cada revés y desvío crece la preocupación sobre que Trump, el forastero convertido en presidente, sea capaz de gobernar.

«No puedes llegar y arrollar a todo el mundo», comentó Bruce Miroff, profesor de política y presidencia estadounidense en la State University of New York en Albany. «La mayoría de la gente tiene una idea reducida de lo complicada que es la presidencia. Creen que el liderazgo consiste en dar órdenes y ser audaz. Pero el gobierno federal es mucho más complicado, antes que nada porque la Constitución lo estableció así».

El ambicioso programa que Trump prometió aprobar con rapidez se ha visto ahora bloqueado por el Congreso y los tribunales. Semanas enteras de su presidencia se han visto consumidas por crisis a menudo autoinfligidas, como su polémica y no demostrada acusación de escuchas ordenadas por el expresidente Barack Obama en su rascacielos de Nueva York.

Esta semana, el director del FBI confirmó que la campaña de Trump está siendo investigada por posible coordinación con Rusia durante la campaña electoral, una pesquisa que podría cernirse sobre la Casa Blanca durante años.

Los asesores de Trump dicen que parte del jaleo es de esperar con un presidente poco convencional y con pocos miramientos por las tradiciones de Washington. Rechazan la idea de que la Casa Blanca esté en crisis y señalan la bien recibida propuesta de Trump de que Neil Gorsuch se sume a la Corte Suprema. Piden paciencia, señalando que el gobierno está en sus primeros días.

Pero los traspiés iniciales pueden ser difíciles de superar, especialmente para un presidente como Trump, que comenzó su mandato con unos índices de desaprobación récord y ha seguido perdiendo apoyos desde su investidura. Según el sondeo diario de Gallup publicado el viernes, el 54% de los estadounidenses desaprueba su labor en el cargo.

James Thurber, que fundó el Centro para Estudios del Congreso y la Presidencia en la American University, culpó a Trump es una aparente «incomprensión o ignorancia sobre cómo funciona la separación de poderes» que le hace daño en un momento «en el que debería tener mucho más éxito».

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Ni el primero ni el último

Trump no es ni de lejos el primer presidente que tropieza en sus primeros días en lo que podría ser uno de los empleos más difíciles del mundo. La presidencia de Bill Clinton comenzó de forma caótica y pronto se vio envuelta en una controversia sobre ética relacionada con el despido de empleados en la oficina de viajes de la Casa Blanca. Jimmy Carter, otro recién llegado a Washington, chocó con su propio partido. Richard Nixon tuvo problemas para unir a una nación con profundas divisiones.

Bloqueado

Los tribunales bloquearon su primer decreto de restricciones a la inmigración, redactado a toda prisa y que vetaba la entrada a Estados Unidos de viajeros de varios países. Lo mismo ocurrió con la segunda versión, y los jueces citaron la retórica de su campaña en sus veredictos.

Los asesores de Trump confiaban en que la reforma sanitaria diera a la Casa Blanca un muy necesitado impulso y demostrara a los republicanos recelosos que merece la pena apoyar a Trump para conseguir algo que ha perseguido el partido durante siete años.

Trump, poco interesado en los detalles legislativos, apoyó el plan propuesto por el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, y prometió a los líderes republicanos que invertiría su capital político en conseguir los votos. Así fue, y el presidente pasó horas al teléfono con legisladores, a menudo de madrugada y por la noche. Su equipo organizó veladas de bolera y pizza para parlamentarios republicanos en la Casa Blanca.

Sin embargo, la decisión de Ryan de retirar la iniciativa el viernes puso de relieve las limitaciones de Trump. Su poder de persuasión no pudo superar las objeciones ideológicas de los conservadores, que en sus distritos son más populares que Trump, ni el temor político de moderados reacios a asociarse a un presidente impopular.

Trump, que en privado ha arremetido contra su personal y en público ha atacado a los medios en otros momentos difíciles de su joven mandato, se mostró inesperadamente optimista en la derrota. «Aprendimos mucho sobre el proceso de reunir votos», dijo Trump. «Para mí ha sido una experiencia muy interesante».

Escándalos de Espionage

El FBI lleva investigando desde el mes de julio del 2016 las relaciones entre la campaña de Donald Trump y el Gobierno de Rusia; no hubo fraude en las elecciones de noviembre; y nadie – y, desde luego, nadie a las órdenes de Barack Obama – espió a Trump durante la campaña.

Ésas fueron las tres ideas que, durante 5 horas y 21 minutos, repitieron los máximos responsables del FBI, James Comey y el de la NSA, el almirante Mike Rogers, ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes. Ambos confirmaron la legitimidad de todas las sospechas sobre Donald Trump y Rusia, y también de todas las dudas sobre la veracidad de las acusaciones del presidente de Estados Unidos a sus rivales.

El presidente del Comité, el republicano Devin Nunes, que se esforzó al máximo para proteger a Trump, no tuvo más remedio que concluir la sesión diciendo a Comey y a Rogers que «ustedes han puesto una gran nube gris sobre gente que tiene un papel muy importante a la hora de dirigir este país». O sea: el Gobierno de Donald Trump.

La revelación más importante fue la confirmación, por Comey, de que el FBI está llevando a cabo una investigación penal sobre los vínculos de la campaña de Trump con el régimen de Vladimir Putin.

«Estoy autorizado por el Departamento de Justicia para confirmar que, como parte de nuestra misión de contra-Inteligencia, el FBI está investigando los esfuerzos del Gobierno ruso para interferir en la elección presidencial de 2016, y que eso incluye cualquier relación entre individuos asociados con la campaña de Trump y el Gobierno ruso y si hubo alguna coordinación entre la campaña y los esfuerzos de Rusia», dijo el director del FBI, que recalcó que no es la práctica habitual de esa agencia del Estado confirmar la existencia de investigaciones en curso, «pero en situaciones inusuales, en las que [hacerlo] es en el interés del público, puede ser apropiado».

Enfoque intenso contra la inmigración

A poco más de dos meses de tomar posesión de la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha dictado órdenes ejecutivas amplias para la ampliación de deportaciones, reafirmado su compromiso con el uso de cárceles privadas para inmigrantes, iniciado el proceso de buscar constructores para el muro fronterizo y prácticamente ha eliminado el uso del español en su gobierno, a excepción de una pírrica cuenta de Twitter (@LaCasaBlanca) que no ha tenido una actualización desde hace 24 días.

No debe ser coincidencia que el Centro de Investigaciones PEW publicara este jueves una encuesta sobre las opiniones de latinos en los Estados Unidos, indicando que cuatro de cada diez “tienen temor respecto a su lugar en Estados Unidos de América”.

Según PEW, el 55% de los inmigrantes indocumentados, 38% de hispanos nacidos en Estados Unidos y 49% de residentes legales hispanos, están preocupados por su futuro en el país.  Un 47% de los adultos hispanos, de cualquier estatus migratorio, está “muy preocupado” o “algo preocupado” por las deportaciones, sea la suya propia, amigo o familiar.

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